Recientemente, los reguladores de la UE plantearon un acuerdo: eliminar las multas si ciertas plataformas sociales aceptaban integrar herramientas de moderación de contenido con puertas traseras. Una plataforma importante lo aceptó discretamente. Otro fundador de alto perfil lo rechazó de plano.

Ahora esa plataforma se enfrenta a procedimientos sancionadores por cuestiones que algunos califican de triviales, como que el acceso a la insignia de verificación es "demasiado permisivo". Los críticos argumentan que el momento en que se produce esto plantea dudas sobre si la aplicación de la normativa responde realmente al cumplimiento o a otra cosa.

El enfrentamiento pone de relieve una tensión creciente. Supervisión centralizada frente a autonomía de la plataforma. Transparencia frente a controles ocultos. Mientras los ecosistemas Web3 apuestan por modelos de gobernanza descentralizada, los reguladores tradicionales siguen apoyándose en marcos heredados que exigen mecanismos de control.

Que consideres esto como una protección para los usuarios o como un exceso de poder depende de tu perspectiva. Pero hay algo claro: la batalla por el control de las plazas públicas digitales está lejos de terminar. Y en los círculos cripto, este debate es especialmente relevante: la descentralización no es solo técnica. Es filosófica.