Últimamente circula una idea bastante loca: ¿y si los aranceles pudieran sustituir al impuesto sobre la renta como principal fuente de ingresos del gobierno? Los economistas no salen de su asombro con esta propuesta. Para la mayoría, las cuentas simplemente no cuadran.

Piénsalo: el gobierno federal recauda billones a través de los impuestos sobre la renta cada año. ¿Derechos de aduana? Calderilla en comparación. Estamos hablando, en un buen año, de quizás un 2-3% de los ingresos totales. Para darle la vuelta a esta situación, haría falta establecer unos aranceles tan astronómicos que probablemente arrasarían con el comercio internacional.

Claro, sobre el papel suena atractivo: gravar los bienes que entran en vez de las nóminas que salen. Pero las consecuencias indirectas serían considerables: precios más altos para los consumidores, posibles guerras comerciales, caos en las cadenas de suministro. La mayoría de los expertos lo consideran más un argumento político que una estrategia fiscal realista. La distancia entre la teoría y la aplicación práctica es... digamos que es enorme.