¿Recuerdas cuando todo el mundo llamaba a Alemania la potencia imparable de Europa? Esa narrativa se está desmoronando rápidamente.

Durante décadas, el país funcionó como una máquina de exportación perfectamente afinada: produciendo bienes, dominando las balanzas comerciales y manteniendo a flote la economía de la UE. La gente usaba términos como "milagro económico" sin pensarlo dos veces.

Pero aquí está la cuestión: ese motor ya no solo se está desacelerando. Se está gripando. Y cuando la economía más grande del continente pisa el freno con tanta fuerza, los efectos secundarios no se quedan contenidos dentro de las fronteras.

Las grietas siempre estuvieron ahí si mirabas lo suficientemente de cerca: una excesiva dependencia de la industria manufacturera, vulnerabilidades energéticas, presiones demográficas. Ahora esas debilidades estructurales están pasando factura, y el resto de Europa está a punto de descubrir hasta qué punto dependían del impulso de Alemania.

Esto no es solo un problema alemán. Es un ajuste de cuentas continental.