Hablando de las historias más insólitas del mundo cripto, Satoshi Nakamoto sin duda se lleva el primer puesto. Ese nombre suena como un apodo cualquiera inventado en internet, pero en sus manos hay 1.100.000 bitcoins, que ahora valen fácilmente más de cien mil millones de dólares. Lo más llamativo es que esas monedas nunca se han movido desde el principio.

Volvamos a 2008, cuando el sistema financiero global estuvo a punto de colapsar y la gente perdió la fe en los bancos. En ese contexto apareció en internet el whitepaper de Bitcoin, proponiendo un sistema de dinero digital que no dependiera de bancos. Una persona que se hacía llamar Satoshi Nakamoto incluso enviaba correos explicando cómo funcionaba todo: la clave era usar la "blockchain" para que la contabilidad fuera colectiva, imposibilitando la manipulación de datos y evitando el riesgo de fuga de instituciones.

Por aquel entonces, nadie hacía caso a Bitcoin; ni siquiera valía un céntimo. Satoshi minaba solo, quizá solo para hacer pruebas técnicas, y poco a poco se sumaron algunos entusiastas tecnológicos. ¿Y en 2010? Desapareció por completo: no respondía correos, no participaba en foros, ni siquiera en debates técnicos. Solo quedaron esos bitcoins quietos en su cartera, subiendo de valor sin que jamás se movieran.

¿Por qué desapareció? Hay todo tipo de teorías:
Algunos dicen que fue para lograr una descentralización absoluta: si el creador no da la cara, la gente se enfocaría en la tecnología y no en idolatrar a una persona.
Otros creen que previó los riesgos, porque desafiar al sistema financiero tradicional podría traerle serios problemas.
También hay quien piensa que simplemente era un geek: una vez que el código funcionó, quedó satisfecho y no le interesaban ni la fama ni la fortuna.

¿Y esa fortuna descomunal? Es el mayor enigma. Algunos dicen que si la mueve, su identidad quedaría expuesta enseguida por los registros en la cadena. Otros piensan que nunca le importó el dinero, solo disfrutar de ver su tecnología reconocida. Incluso hay teorías conspirativas que aseguran que perdió las claves privadas y esos bitcoins se convirtieron en "activos fantasma" para siempre.

Hoy Bitcoin ya no es cosa de nicho: empresas lo tienen como reserva estratégica y hasta gobiernos estudian cómo aplicarlo. Pero nadie, ni persona ni institución, puede realmente "poseerlo". Y la desaparición de Satoshi Nakamoto es, en cierto modo, el final más perfecto: permite que Bitcoin sea realmente una tecnología de todos, no la propiedad privada de un genio. Quizá ese sea el máximo exponente de la descentralización.