Un importante gigante de Wall Street trasladó repentinamente a todo su equipo de metales preciosos de Nueva York a Singapur en avión—solo escuchar esto ya suena sospechoso.

El 27 de octubre, el equipo recibió la notificación; el 30 de octubre, ya habían aterrizado en la Ciudad del León. ¿Tres días? Esa velocidad parece la de alguien huyendo. El economista Bill Still lo reveló en un vídeo: no hubo ningún anuncio público, toda la operación se realizó en silencio. ¿Y después? La bolsa CME casualmente sufrió un apagón.

La versión oficial dice que una avería en el sistema de refrigeración provocó una caída de los servidores. Pero los entendidos ven la trampa al instante: los centros de datos tienen varias copias de seguridad de refrigeración, y la sala de al lado no tuvo ningún problema. Esto claramente fue un corte deliberado de la energía.

La verdad salió a la luz el 5 de diciembre. Ese día, los contratos de entrega de plata de diciembre se dispararon—a 7.330. ¿Qué hicieron varias de las principales instituciones de Wall Street durante esas horas de apagón? Se encerraron a negociar con los clientes en posición larga y finalmente llegaron a un acuerdo de liquidación en efectivo por 65 millones de dólares.

El contenido del acuerdo era muy claro: ¿podéis no apresuraros a retirar el metal, y posponerlo hasta marzo? Como compensación, os damos 1,775 dólares extra por onza. El precio de cierre de la plata en ese momento era de 54,53 dólares, y el precio de liquidación se estableció directamente en 56,30 dólares. Así, los cortos cerraron 6.186 contratos a un precio elevado.

Tras recibir el dinero, los largos retrasaron sus órdenes según lo acordado, por lo que se vio: la prima entre el spot y los futuros se eliminó al instante, los contratos abiertos para marzo se dispararon, y el precio de los futuros subió un dólar. Los datos no mienten.

La jugada más dura vino después. Para asegurar que la negociación fuera fluida, cierto gigante cambió de forma urgente el estado de 13,4 millones de onzas de plata a "pendiente", bloqueando físicamente el metal y no permitiendo la entrega. Los largos ya tenían que esperar entre 10 y 30 días para retirar el metal; ahora el tiempo sería aún mayor. Sopesando: aceptar la liquidación en efectivo era solo esperar unas semanas más; si se empeñaban en recibir el metal, nadie sabía cuánto tiempo más iba a durar. La mayoría optó por el compromiso.

La cronología de todo el asunto fue demasiado precisa: el equipo acababa de mudarse, la bolsa se quedó sin luz inmediatamente, y todos los largos fueron convocados a negociar. Esto no fue una decisión improvisada; se planificó, como mínimo, durante más de una semana.

¿Por qué trasladar el equipo al extranjero? Porque este tipo de prácticas de soborno privado y manipulación de precios serían vigiladas de cerca dentro de Estados Unidos. Ya en 2020, esa institución fue multada con 920 millones de dólares por maniobras similares. Esta vez, el traslado y las negociaciones se hicieron fuera del país, eludiendo con éxito la supervisión local—fue una liquidación forzosa digna de manual.

Pero el problema de fondo no se ha resuelto. El pánico de diciembre solo se ha pospuesto a marzo; el déficit de plata física sigue ahí. Antes de marzo y de que se implementen ciertas políticas, tendrán que intentar todas las operaciones bajistas posibles que rocen los límites de la regulación. Si en marzo realmente estalla un pánico de entrega, y se suma el rumoreado arancel sobre la plata, las pérdidas podrían superar los 10.000 millones.

Así que el objetivo central de este traslado está claro: ganar tiempo y aliviar la presión del pánico por la plata física. ¿Qué pasará dentro de tres meses? Nadie lo sabe.