Los grandes gigantes financieros están realizando movimientos agresivos en la infraestructura energética de Estados Unidos, y los legisladores no se están quedando callados. Tanto BlackRock como Blackstone han adquirido recientemente participaciones en empresas de servicios públicos, lo que ha hecho saltar las alarmas entre los senadores demócratas, que sospechan que algo no cuadra.

El momento no podría ser más interesante. El consumo de energía está disparándose—en parte gracias a los centros de datos, las operaciones de IA y, sí, la minería de criptomonedas—y ahora estos gigantes de Wall Street controlan partes de la red eléctrica. Los senadores exigen transparencia: ¿están estas empresas sacando provecho del aumento de la demanda eléctrica mientras los consumidores de a pie pagan la factura?

Es una pregunta legítima. Cuando los titanes del capital privado y la gestión de activos entran en infraestructuras esenciales, el ánimo de lucro no siempre coincide con el interés público. La preocupación no es solo por el aumento en las facturas de servicios públicos—sino también por quién controla los recursos críticos en una economía digital cada vez más hambrienta de energía. Queda por ver si esto dará lugar a una acción regulatoria real o si será solo teatro político, pero sin duda alguna el foco está puesto sobre el tema.