En dos meses, la deuda pública de Estados Unidos ha pasado de 37 billones a 38 billones de dólares.

Esta velocidad es tan alta que apenas da tiempo a reaccionar. Lo realmente aterrador no es la cifra en sí, sino la monstruosa maquinaria de intereses que hay detrás: solo en 2025, el pago de intereses se llevará 1,4 billones de dólares, lo que supone quemar 2 millones por minuto. Más que el gasto militar y el sanitario juntos.

Aún más surrealista es que, por primera vez, las tres grandes agencias de calificación —S&P, Fitch y Moody’s— han rebajado colectivamente la nota de EE. UU. ¿El motivo? Descontrol fiscal y parálisis política. Ese cartel de “activo más seguro del mundo”, venerado durante décadas, ahora cuelga tambaleante.

Antes, ante la mínima turbulencia, el dinero fluía hacia los bonos estadounidenses. ¿Y ahora? Son los propios bonos los que están en apuros. El capital empieza a buscar nuevas vías: el oro ha subido con fuerza últimamente, los activos denominados en euros se han calentado, e incluso el bitcoin ha vuelto a recibir la etiqueta de “activo refugio”.

Japón, China y Reino Unido —los grandes acreedores— tienen en sus manos más de 3 billones en deuda estadounidense, y seguro que ahora mismo están planeando cómo mover ficha discretamente. La pregunta es: si una cantidad tan enorme de capital empieza realmente a desplazarse, ¿hacia dónde irá?

¿Podrá el oro absorber este flujo? ¿Esta vez el bitcoin logrará consolidarse como refugio? ¿O aparecerá un destino completamente inesperado?

Las grietas en el sistema del dólar han pasado de los balances a la propia confianza. Cuando lo “más seguro” se vuelve “incierto”, el próximo capítulo puede ser mucho más emocionante de lo que imaginamos.